Carta de un observador
No suelo preguntar mucho, tampoco contar demasiado. No más de lo normal,
no menos de lo necesario. Pero esta historia, merece ser relatada. Pues como
escucha me mantuve, desglosando cada parte, observando hasta lograr captar la
esencia vital de lo que el amor significa. Sin embargo no tuve éxito. Por más
que se observe, o que se sienta, el amor, no puede ser contado con ideas.
“Más que volver a
pisar un escenario, más que leer un poema, más que volar, más que todo”
Fueron sus palabras. No cualquier tipo de palabra sin sentido, palabras
especialmente para ella.
Ella, tan callada, sensible, angelical. A pesar de toda su aura,
inexpresiva, como la nieve que ve morir las hojas de una rosa, sin embargo, no
deja de ser hermosa. En sus ojos te puedes perder por días, meses, años,
décadas, con tan solo mirarlos una milésima de segundo. Dice tanto al callar,
que su silencio puede ser tan abrumador como las voces de mil mujeres desnudas.
Sin embargo, sus labios se mantienen cerrados. Excepto para él, para él y solo
para él. Que fue el único con el permiso de adentrarse en el aroma de su boca y
embriagarse hasta perder la piel, los órganos y el tuétano, en la boca adictiva
de la que tanto se queja.
Ambos callan y hablan, con palabras y silencios que se desglosan a
partir del amor que sienten. Sin embargo, no se comunican. Las palabras no
hacen falta. Los pensamientos, bastan.
Se puede plasmar una idea, sí, pero no puedes escribirla. He ahí la
grandeza que las letras tienen, pues puedes escribir todo lo hermoso que
etiquetamos en este mundo, pero nunca puedes describir las ideas.
La historia no me concierne a mí, o a ti. De hecho, ni siquiera he
pedido permiso a los protagonistas para decirla, por eso es que jamás
mencionaré sus nombres. La maldición de un narrador furtivo.
Existían, ya, como dos entes en este mundo. Antes de que el primer átomo
pudiera razonar. Faltaba solo algo dentro de lo que se le puede llamar “Su
vida” y eso que faltaba, era el otro. Se complementan, así mismo como no lo
hacen. Esperan y desesperan, ven pasar estaciones, años y segundos mientras su
curiosa lucha empieza. Pues nunca han luchado de verdad, nunca han dejado de
amarse.
Los ojos no mienten, es por eso que me atrevo a decir tal barbaridad. Y
es que la mirada que existe cuando ambos miran sus retinas, no tiene
comparación alguna. Al menos en su mundo, me parece. El constante silencio de
sus labios moviéndose, solo los desgasta. Pues ninguno de los dos sabe que
estos encajan perfectamente en la boca de su opuesto. O complementario, como
quieran llamarlo.
Desde aquí, desde mis letras. Desde mi diablo, he robado su historia. No
para volverla mía, sino para volverla suya.
Observé, durante todo el tiempo que pude. Escuché, durante todo el
tiempo que logré hacerlo. Vi, y sentí, como sus auras se lograban fusionar en
un abrazo. También pude percibir el aroma de endorfinas y corazones latiendo en
el aire. A veces, llegue a ver un par de chispas en los ojos de cada uno, al
mencionar al otro.
Él siempre fue racional, impulsivo, pero racional. Sabe todo lo que
ignora, y si no lo sabe, lo aprende. Supone y vuelve a pensar sobre su
suposición, tachando pensamientos en el proceso. Ama, como solo puede amar, sin
embargo no es ortodoxo y cae en la redundante mala suerte. A pesar de eso, no había logrado amar así a
nadie, como sus manos aman a ella. Como sus dedos aman a ella. Como todo él ama
a ella.
Si tienen suerte, pueden verlos caminando en memorias, en pasto verde y
cielos azules. Deshojando nubes a su paso. El piensa saber que la ama, ella lo
ama, pero no piensa. Y crean sus problemas, a partir de ilusiones que la vida
les pone.
Cuando simplemente, ambos tienen miedo
de
perderse
el
uno
al
otro.
Punto
final.
Parte perdida de la historia: No se pierdan, por ambos, por nadie. No se pierdan por el miedo que tienen,
ni por el pasado de ambos. Existan, vivan y den todo lo que puedan dar, que el
tiempo de la muerte es corto, y la vida sigue. No se arrebaten, y sobre todo:
no tengan miedo.
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