Sobre los recuerdos
¿Cómo le explicas a alguien que la extrañas? ¿Cómo lo haces
aunque ya no le pertenezcas?
Aunque le hayas jurado una vez que serias suyo hasta que el
sol explote y aunque ella te haya prometido ser tuya hasta que la luna la
devorara. Aunque sudes en la noche saboreando la miel de sus senos y abraces a
la oscuridad esperando que se convierta en su espalda de alcatraces. Aunque su
vientre desdibujado te entibie los dedos y la sensación de sus piernas aún siga
apretando tus caderas; es imposible explicarle lo que sientes ahora que ya no
es tuya, que ya no eres suyo.
Despiertas oliendo su perfume de clavo y menta, su aliento
de manzanilla con limón y su respirar de
cempaxúchitl. Despiertas, todos los días, desde hace años, desde hace vidas,
acostumbrado a la falta, a la ilusión y a la realidad. Tan acostumbrado que
incluso no te das cuenta que sueñas con ella todos los días, que tus entrañas
piden su esencia y que tu inconsciente menciona su nombre a cierta hora del día:
y de repente, a las tres de la mañana, te das cuenta que te hace falta. Y
la extrañas, en verdad la extrañas.
No un extrañar simple, sino un extrañar de muerte. Uno de
esos extrañares que hacen que la gente se muera; y no lo puedes explicar, no le
puedes dar coherencia a tus pensamientos porque simplemente no existe algún
orden o teoría que pueda dar razón a lo que sientes en estos momentos. Tienes a
otra mujer a tu lado y sin embargo piensas en ella. Sólo en ella. Y en lo
insoportable que te vuelves cuando te invade.
¿Llorar? No sirve.
¿Gritar? Tampoco. ¿Fumar, beber, masturbarse o respirar? Menos. ¿Vivir? pues
qué mas queda. ¿Regresar? Imposible, improbable, inaceptable. Sabes que no
puedes, quieres pensar que no puedes, no quieres, no quiere.
Seguir tu rutina diaria, eso es lo que te queda. Traer
mañana a otra mujer a la cama, esperando que se convierta en la única persona
que ha sabido llevarte más allá de marte y la carne. Eso es lo que te queda.
Bueno, eso y la nada.
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