Solo quédate.
Tras un abrazo amargo y un adiós silencioso, el dio la vuelta. Caminó en silencio hasta su coche, donde una vez encerrado, arrancó pisando el acelerador a fondo. El motor reprochaba el esfuerzo al que estaba siendo sometido, las ventanas temblaban con el golpe sórdido del viento. Las bocinas sonaban con una melodía incomprensible, pero de alguna manera triste. Atrás de su berrinche a 150 kilómetros por hora, los cláxones de los demás autos pitaban furiosamente, iba por periférico, tratando de que algún imprevisto chocara contra el y así lo despojara del sonido doloroso que sus lagrimas hacían al resbalarse por el rostro. Lloraba fuerte, tan fuerte que no podía escuchar ninguna otra cosa. Lloraba y no podía parar de hacerlo. Se detuvo en una tienda, compro unos cigarros y un tequila; ignorando las miradas de los clientes, pagó. 247 pesos cerrados. Subió de nuevo a su coche y abrió la botella, le dio un trago grande, esperando que el ardor del destilado le quemara la garganta,...