Solo quédate.

Tras un abrazo amargo y un adiós silencioso, el dio la vuelta. Caminó en silencio hasta su coche, donde una vez encerrado, arrancó pisando el acelerador a fondo. El motor reprochaba el esfuerzo al que estaba siendo sometido, las ventanas temblaban con el golpe sórdido del viento. Las bocinas sonaban con una melodía incomprensible, pero de alguna manera triste. Atrás de su berrinche a 150 kilómetros por hora, los cláxones de los demás autos pitaban furiosamente, iba por periférico, tratando de que algún imprevisto chocara contra el y así lo despojara del sonido doloroso que sus lagrimas hacían al resbalarse por el rostro. 

Lloraba fuerte, tan fuerte que no podía escuchar ninguna otra cosa. Lloraba y no podía parar de hacerlo. 

Se detuvo en una tienda, compro unos cigarros y un tequila; ignorando las miradas de los clientes, pagó. 247 pesos cerrados. Subió de nuevo a su coche y abrió la botella, le dio un trago grande, esperando que el ardor del destilado le quemara la garganta, para así no poder sollozar mas. 

Volvió a acelerar, alejándose cada vez más de lugar donde todo pasó, pero no podía alejarse del recuerdo. De las palabras que ella dijo. No se alejaba, por más rápido que fuera. Entre cambios de velocidades fumaba y le daba un trago a la botella.

 Al llegar a su casa, ya se había terminado casi todo el tequila. Estaciono mal su coche, se recargo en el cofre y miro al cielo. No contemplaba la luna, ni las estrellas, ni el atardecer eterno de la ciudad. Estaba esperando, imaginando, que un avión se desplomara y chocará justo en el punto donde estaba parado. Esperaba morir. Quería morir. Quiso morir. 

Tomo otro trago de la botella y camino hacia su departamento. El olor del cigarro no podía quitarle el olor de su perfume. El sabor del alcohol no podía quitarle el sabor de su piel. Todo giraba en torno a ella, como desde el inicio, como desde la primera vez que la vio. 

Subió 6 pisos, abrió la puerta de su departamento y se metió. Se dejó caer sobre la cama que habían compartido mucho tiempo atrás. Hace días, años, milenios. Acostado, se termino la botella y prendió otro cigarro. Fumo uno, después otro y otro. Y así lo repitió hasta que se terminaron. En medio del humo se dio cuenta que ya no tenía nada con lo que distraerse. Entonces, lo consumió el dolor. 

"Quédate" dijo en silencio, antes de dejarse consumir por las sombras que alargaban su cama. 
"Quédate" repitió mientras la voz se le quebraba. 
"Por favor, quédate" y se durmió esperando no despertar mañana. 

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