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Ya no quiero latir.

  No recuerdo la última vez que me sentí así de desolado. Así de solo. Así de inconsolable. No recuerdo la última vez que me pesaba tanto respirar. Comer. Existir. Hacía tanto tiempo que no sentia la garganta tapada por un nombre, Un nudo de tristeza. Y dolor. Pensaba que había encontrado la razón de mi vida, la concentración de todo el amor que existía dentro de mi, el lugar al que pertenezco. Alguien qué prometió no irse y a quién desesperadamente le creí.   El final del amor es el duelo, la desesperanza y la soledad. ¿Será que por eso mismo amamos tan desmedidamente? Porque sabemos que existe un final y que al final de eso, está la muerte. Vivimos mientiendo y prometiendo amor eterno, sabiendo perfectamente que todos vamos pal matadero. Tal vez eso explique mis ganas de dejar de vivir. Las ganas de dejar de respirar, de existir, de pensar y de echarte de menos. Porque la soledad que siento en este momento me quiere tirar de un décimo piso. Me susurra al oído que no sirvo para nada s

Hoy

Para mi querida Flaca: Hoy me levanté de mi cama a las 6 de la mañana. A penas y podía abrir los ojos, tenía destellos de sueño pegados en las comisuras de mis párpados. Como siempre, pisé el suelo con mi pie derecho, descalzo. El sabor a hielo de la mañana me hizo temblar durante unos segundos. Después de eso, fui a la cocina y me serví un vaso con agua. Pensé en ti mientras hacía el desayuno. En el trabajo me encontré con María, dice que está bien y preguntó por ti. Le dije que estabas radiante, bellísima. Después de eso no hay mucho que contar, papeleo, comida, pláticas superficiales con mis compañeros y tráfico. Lo de siempre. Después llegué a mi casa y chequé mi celular para ver si habías dejado algún mensaje. Nada. Me senté a ver la televisión, abrí una cerveza y prendí un cigarro. Mientras una película de amor transcurría en la pantalla, volví a pensar en ti, preocupado por si comiste hoy, si te fue bien en el trabajo, si pasaste bien la noche y cuantas veces habías sonreí

Muerte y amor.

Yo no debería de hablar del amor. Yo no debería de saber amar y entregar todo, para que al final se vaya a la chingada. Yo no debería de hacerlo, sin embargo lo hago. Y lo hago con tanto entusiasmo, tanta entrega, como si fuera la primera vez. Y heme aquí, intoxicando de ron, tequila y drogas, recostado en mi cama esperando a que mañana amanezca con alguien que me ame. Aunque sea que no me ame, pero que se quede mas de una noche conmigo. Quitándome el letrero de "Motel de paso" que tengo en la frente.  Eso es lo que busco, mitigar la soledad. Esperar a que alguien me de los buenos días, a que alguien me despierte con un beso, con un desayuno; aunque sea un pan con mantequilla y mermelada, lo que sea. Despertar con alguien que se preocupe por mi. Encontrar a alguien quite esta incansable necesidad de amor que tengo. Pero no pasa, sigo despertando entre colillas de cigarro y nostalgia de alcohol, de fiesta. Despertando después de beber de las piernas de quien ya no está.

Cicatrices y lunares

¿Sabes que es bien pinche difícil? el olvidarte del cuerpo de alguien. El haber recorrido tantas veces su piel con las yemas de tus dedos, el haberte aprendido cada lunar y cada cicatriz que tienen con tus labios. Es estúpidamente imposible olvidar lo que el tacto se aprendió de memoria. tantas pieles, tantas cicatrices, tantas personas que estudie de arriba para abajo, que ahora no se a quién pertenece cada marca en la piel. Todas se encuentran difuminadas en una mezcla homogénea de sexo, amor y nostalgia.  Una cicatriz en la parte baja de la espalda, que lleva la historia de un juego de niños. Una marca de varicela en medio de los senos, un lunar en el cuello, en la pantorrilla, en los labios; los rastros de una operación en el estómago, el relieve de un tatuaje en las costillas. Un arete en el ombligo. Marcas de la vida pasada, que están en todas aquellas personas a las que amé. O quise. o me cogí. Da lo mismo, siempre terminas amando a con quien te revuelcas y viceversa.  Has

Solo quédate.

Tras un abrazo amargo y un adiós silencioso, el dio la vuelta. Caminó en silencio hasta su coche, donde una vez encerrado, arrancó pisando el acelerador a fondo. El motor reprochaba el esfuerzo al que estaba siendo sometido, las ventanas temblaban con el golpe sórdido del viento. Las bocinas sonaban con una melodía incomprensible, pero de alguna manera triste. Atrás de su berrinche a 150 kilómetros por hora, los cláxones de los demás autos pitaban furiosamente, iba por periférico, tratando de que algún imprevisto chocara contra el y así lo despojara del sonido doloroso que sus lagrimas hacían al resbalarse por el rostro.  Lloraba fuerte, tan fuerte que no podía escuchar ninguna otra cosa. Lloraba y no podía parar de hacerlo.  Se detuvo en una tienda, compro unos cigarros y un tequila; ignorando las miradas de los clientes, pagó. 247 pesos cerrados. Subió de nuevo a su coche y abrió la botella, le dio un trago grande, esperando que el ardor del destilado le quemara la garganta, para así

"Te quiero"

Uno aprende con el tiempo, que  los "te quiero" solo sirven para rellenar espacios vacíos. Espacios que poco a poco se han ido mermando, en los cuales el amor se escurre entre los agujeros del alma. Espacios que nunca se llenan, a los que nunca ha sido posible saciar de palabrerías amorosas y cursilerías sin sentido.  Uno aprende que, con el tiempo, todo se desgasta. Se resquebraja. Se termina por romper. Las incertidumbre idílica busca rellenarse a partir de seguridades verbales. Un "te quiero" es una promesa a corto plazo. Una promesa que se debe de renovar constantemente, porque expira segundos después de haberla dicho. Las letras se pierden en las grietas personales, el significado se disuelve en el vacío del estomago. Un "te quiero" puede durar una infinidad, pero no mas de 2 segundos. Por eso es importante decirlo a cada rato, por eso es importante darle un sentido de permanencia a esas palabras. Por eso, y simplemente por eso, te lo repito ochentais

Pensando en lo mucho que te quiero

La noche se me pasa entre el melifluo vaivén de los coches citadinos. El reloj junto a mi cama intenta compensar dos manecillas rotas moviendo su solitario segundero. Mis pies se congelan con el beso de las cobijas y mis labios pronuncian el ultimo aliento de un cigarro moribundo. Entre la oscuridad de la madrugada te imagino respirándole a mi pecho. Aquí, en la oscuridad pre-matinal de las 5 de la mañana, me gustaría que estuvieras; diciéndome lo mucho que te gusta que te quiera.