Ya no quiero latir.


 No recuerdo la última vez que me sentí así de desolado.
Así de solo.
Así de inconsolable.



No recuerdo la última vez que me pesaba tanto respirar.

Comer.

Existir.


Hacía tanto tiempo que no sentia la garganta tapada por un nombre,

Un nudo de tristeza.

Y dolor.


Pensaba que había encontrado la razón de mi vida, la concentración de todo el amor que existía dentro de mi, el lugar al que pertenezco. Alguien qué prometió no irse y a quién desesperadamente le creí. 


El final del amor es el duelo, la desesperanza y la soledad. ¿Será que por eso mismo amamos tan desmedidamente? Porque sabemos que existe un final y que al final de eso, está la muerte. Vivimos mientiendo y prometiendo amor eterno, sabiendo perfectamente que todos vamos pal matadero.


Tal vez eso explique mis ganas de dejar de vivir. Las ganas de dejar de respirar, de existir, de pensar y de echarte de menos. Porque la soledad que siento en este momento me quiere tirar de un décimo piso. Me susurra al oído que no sirvo para nada si no puedo retener a quién más he amado en mi vida.


¿Para qué quiero existir? 


Hasta ayer, existía para ti. Para amarte. Para reír contigo y darte besos en la frente. 


Hoy mis labios se secan y se rompen, mis lágrimas me deshidratan mientras tu risa me carcome los sesos.


Te quedaste taladrada en mí, entre el amor propio y las ganas de seguir viviendo, y ahora que tu calor no está conmigo estoy encontrando paz en el frío, en la tristeza y en la desesperanza.


Un frio que  se me metió hasta el túetano y que no me permite salir de la cama. Estoy lleno de cobijas al borde de la hipotermia. 


Y es que ya no tengo razones para levantarme, ni para comer, ni reír, ni para seguir respirando. 

Porque este dolor que seinto me esta jodiendo la existencia, la razón y, sobretodo, el alma. 


Te extraño. 


Y te suplico que le vengas a decir a mi corazón que ya deje de latir.

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