Café et limonade

Me citó en Manuel Montt 527, en un café llamado Conchita Flores B&B. Un pequeño paraíso rojizo camuflado entre el tumulto de Santiago. Había un hotel arriba, sin embargo me especificó que nos quedaríamos en el café. Llegue exacta, a las 14:00, esperando ansiosamente ver sus ojos de tierra y su aroma a chocolate de tabaco. 

Me costó trabajo encontrar el lugar, nunca había venido por aquí y fue bastante difícil dar con el. Caminé por la calle, pidiendo direcciones bajo la agresiva luminiscencia del sol. Cuando preguntaba, inmediatamente era delatado mi carácter ajeno y extranjero al país.

-Hablaí muy bien ehpañol. ¿De dondereí?- vociferó el dueño de una tienda a la que pase a preguntar. Sin embargo, a mi no me parece que el español sea uno de los lenguajes que se pueden hablar bien si no naciste aprendiéndolo. Mi español es terrible, mi pronunciación aún mas. Los rastros de francés se vislumbran a leguas en las r's y en las vocales, arrastradas adrede por las reglas recelosas de mi lenguaje materno. Además, con tantos modismos es especialmente difícil entender el español Chileno.  -Ya, mira el café ehta por allá, una doh cuadrah deaquí. Eh rojo y estanteh de Elidoro Yañeh- dijo el hombre de la tienda. Le di las gracias y seguí caminando. 

Cuando por fin encontré el lugar, inmediatamente me transporto a una de las veces que visité a Italia. la fachada se parece mucho a un café en Verona en el que alguna vez desayune con otro amor. Roja, adornada con geranios y barandales de hierro negro. Un estilo clásico que se asemeja una casa de verano en el campo. Una de esas casas de ensueño donde puedes morir en paz. Como las de las postales. 

Con el sabor de un pasado dulce en Verona, entré al café.  El olor a música bohemia y madera fue lo primero que se hizo notar en el aire del pasillo. La palabra "hotel" se alzaba en la primera puerta, después la de "cafetería" en la segunda. Con cada paso que daba, el piso de madera se quejaba. Mis tacones le añadían al rechinido un tamborileo de flamenco. Pasé por una zona de mesas donde un hombre solitario comía, escondido a la luz de la ventana. Las vitrinas del recinto, repletas de conchitas de mar, le daban un sabor a Neruda excepcional.

Pasé al área de la terraza, es un pecado desperdiciar un  día de verano como este tomando un café adentro. El piso de madera terminaba en el umbral de la puerta, así que ahora el sonar de mis tacones estaba solo. Me senté bajo la protección de una sombrilla y una enredadera, al lado de una pared sublime, adornada de azulejos amarillos y alcatraces de piedra. El pequeño jardín estaba inundado por el romanticismo de 2 parejas extranjeras y un anciano, - deben de ser huéspedes del hotel- pensé entre silencios. Por un momento, me quede observando a un matrimonio de ancianos alemanes que parecían llevar una vida juntos. Tuve celos de ellos. 

Entretenida por un soliloquio visceral y silencioso sobre lo que debería o no ser el amor, ignore sin querer al mesero que mansamente me ofrecía la carta. Cuando me llamo por segunda vez, interrumpí mi cuasi epifanía dandole las gracias y pidiendo perdón.

Le sonreí y dije -por ahora una limonada de menta con miel. Gracias- Él sonrío ante mi extranjería y asintió. Tomo la carta y caminó al mostrador. El mantel azul con flores blancas, aunado a la maceta de geranios y al plato con una concha de mar sobre una servilleta, le daban un toque bellísimo a la mesa. Mesa para dos, mesa para un amor.

Pasaron 10 minutos desde que el mesero me trajo mi limonada hasta que Ricardo me tapo los ojos. -¿Quien soy mon amour?- Dijo en un francés tan malo como mi español, mientras me daba un beso en la mejilla. -No se, pero vete, que estoy esperando a alguien- le contesté. El se rió y se sentó en el lugar frente a mi.  

-¿Llevas aquí mucho tiempo?- Me preguntó, preocupado por haberse atrasado solo una vida.
 -Llevo 30 minutos esperándote. Imbécile- le respondí. 
 Volvió a sonreír -bueno, pues ya estoy aquí- y se acercó para darme un beso. 
Lo rechace. No estaba enojada, solo quería hacerlo sentir mal. Uno de esos impulsos de niña malcriada que juega a ser una reina indignada. El mesero se acercó y le ofreció la carta. Él la miro un instante y pidió un esspreso. 

-¿Cómo puedes tomar eso con este calor de mierda?-  Pregunté, sorprendida por lo estúpido que es tomar café caliente bajo un clima de los 7 infiernos. Alzó despreocupadamente los hombros y no dijo nada.

Le conté mi odisea para encontrar el café, claro, exagerando algunos detalles. Después de una breve platica, preguntó si estaba la dueña del café. Entonces preguntó también si podía hablar con ella "un ratito".

Pasaron 5 minutos y la mujer llego a la mesa. Me saludo a mi y luego a el. "¿de donde soí?" pregunto después de que nos presentáramos. -De Francia, y de México- dijo el. -Ya, ¿y vení de lunademiel a Santiago?- Sentenció la dueña. 

Ambos, sorprendidos, repetimos rotundamente la negativa a un amor comprometido que fuera más allá de este año. Después nos reímos y le informamos a coro que estábamos aquí de intercambio y que nos conocimos en una fiesta, hace 2 meses. Ella nos felicito, ignorante del dolor que nos acaparará cuando ambos regresemos a las soledades de nuestros países.

Ricardo empezó a preguntar sobre la historia del café, sobre cómo se hizo y cual era el estilo. No recuerdo la mitad de los datos, debido al horrible español con el que la dueña se comunicaba, pero alcancé a entender que llevaba tres años de restauraciones y que antes estaba muy deteriorado. Que se llama Conchita Flores por que su ex marido coleccionaba muchas conchas de mar y porque a ella le gustaban las flores. También que era muy difícil y caro mantenerlo. 

Después de la platica, un breve intercambio de risas y una anécdota sobre su ex marido, la pobre y demacrada dueña dio las gracias y se fue. También le dimos las gracias. 

-¿Para qué hablaste con la dueña?-  pregunté.
-Es para una tarea flaca, tenía que venir aquí y escribir algo en este café. Era esto o una pizzería, pero decidí que un café era mas romántico para estar contigo-
-¿Ah, y de que vas a escribir?- Volví a preguntar.
Sonrió y con los siguientes dos monosílabos que emanaron de sus labios logró que mis huesos se derritieran. 
-De ti-

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