Humana

Ahí estaba yo, sentado. Esperando a que pasara cualquier cosa, y pasó. Pasó ella,  paso a paso moviéndose junto con los rayos del sol, haciendo que las nubes se detuvieran a admirarla, silenciando a los ángeles al hablar y haciendo que las estrellas se escondan por vergüenza al ver su sonrisa. Pocas veces he entendido lo que es el amor, y sin embargo ahí estaba, enamorándome por docientaseisava vez, de algo supuestamente imposible, improbable, inaudible.

Hasta este punto, yo no había sido mas que un motel de paso para las mujeres. Hasta este punto, tampoco me había pasado por la cabeza el tener un futuro con alguien. Hasta este punto, un exacto momento, de un día impar de un mes cualquiera, en el que el  viento soplo con sublime sutileza su perfume hacia mí. 

No hablé, pues al parecer las palabras sobran para describir lo que se siente al mirar la perfección pasar. Me limite a observar, a aprenderme cada detalle, cada imperfección, cada gesto y cada movimiento que ella hacía. Inalcanzable, así la describí, como cuando miras pasar a una quimera.

Después de eso, ella empezó a hacerse notar en mi vida. Cada vez era más seguido nuestro sencillo encuentro “causal”.  Nunca pensé que un ser tan etéreo pudiera aprender mi nombre, y sin embargo ella lo hizo. De alguna manera, sin que yo supiera como.

Poco a poco, se fue construyendo una vana relación entre ella y yo. Con el paso del tiempo, aprendí a pronunciar su nombre.  Todos los días, al despertar, lo repetía en voz baja, esperando invocarla. 

La vida es extraña, claro, pues lo que  en un principio parecía inalcanzable, logró encontrar la manera de ser probable, posible, tangible.  Nuestra relación pasó de un intercambio de saludos, a una conexión mas personal, la cual alcanzó rápidamente el epítome de los enamorados; no fue mía, sin embargo yo fui de ella. Entre besos, caricias y silencios fuimos formando primaveras a escondidas del invierno.  Como era de esperarse,  exprimimos lo mas que pudimos el jugo de los amantes primerizos, bebiendo a bocanadas la ambrosía de la pasión.

No pasó mucho tiempo para que se acabara ese pinche líquido de dioses. Y todo el amor que se llegó a profesar, comenzó a hundirse, irremediablemente, incorregiblemente, imparablemente.  Terminó la belleza y le dio el paso  a lo amargo. Sin embargo, seguía viendo en ella la perfección con la que la vi contonearse la primera vez que pasó frente a mi.  Seguía queriéndola como el primer día. Uno de esos amores incondicionales que no tienen razón ni lógica.

Yo, con mis imperfecciones y demonios, era dañino para aquella belleza mítica, por el simple hecho de no contar con la misma celestialidad que los dioses le otorgaron. La imperfección siempre termina por ser opacada por la perfección. Después de todo, ambos somos humanos. 


La ironía de la historia reside en eso mismo, todos somos humanos, por mas perfectos que seamos, somos imperfectos. Seres con errores, con demonios guardados, con bestias ocultas y fantasmas en nuestras espaldas. En fin, la historia acaba de la única manera en la que puede terminar, conmigo: escribiendo a estas deshoras, estas palabras; caminando felizmente hacia el panteón.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Pensando en lo mucho que te quiero

Conversación número 20